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Lobbying Climático o Cómo el Lucro Calentó el Planeta

  • Foto del escritor: Ciencia Legible
    Ciencia Legible
  • 5 jul 2019
  • 8 Min. de lectura

Ilustración por Sergio Colmenares

~Por Ignacio Galán*

ignaciogalan93@msn.com


Voy a echar globos sobre los gases atmosféricos. “¿Echar globos al aire, sobre el aire?” —dirían algunos que padecen de un sentido del humor tan flojo como el mío—. Escojo este tema a riesgo de que usted, querido lector o lectora, ya esté abrumado de leer tanta mala noticia relacionada con el tema: crisis climática, calentamiento global, derretimiento los polos, fenómenos naturales más intensos, etc. Aquí nos salen raíces hablando al respecto. Y también lo escojo porque, sencillamente, acá es donde vivimos. Hace un par de semanas se llenaron los medios con titulares que decían, palabras más o menos: los niveles de CO2 atmosférico llegan a 415 ppm [1] (ppm quiere decir partes por millón, es decir, de un millón de moléculas en el aire, 415 son CO2), lo más alto que ha estado en tres millones de años [2]. Bueno, pero ¿qué pensaría usted si le digo que todo esto ya había sido proyectado hace décadas por modelos de acumulación de gases? ¿Y si le dijera, además, que aquellos que ya tenían esta información decidieron hacer presión política, lobby, como lo llaman, para que no se regulen las emisiones? Quédese a reventar estos y otros globos llenos de —ojalá cada vez menos— CO2.



Empecemos por el titular mismo ¿cómo sabemos cómo era la atmósfera en el pasado? Porque si los medidores de gases son invenciones modernas ¿cómo se supone que sepamos la composición del aire hace tres millones de años? La respuesta a esto está en su cocina, en el lugar más frío de su casa: el congelador. Le doy mi palabra que voy a parar con las preguntas retóricas, pero ¿ha notado que el hielo nunca es totalmente sólido y que quedan pequeñas burbujas atrapadas dentro? —si su respuesta es no (y también sí), vaya y fíjese, o créame que pasa, pero en general abogo por que cada uno use sus propios sentidos. Estas letras no se van para ninguna parte—. Pues lo mismo ocurre en nuestro planeta, pero en otra escala: los cascos polares hacen las veces del congelador en la Tierra. Y hay hielo de hace mucho, mucho, tiempo. Entre más profundo se cave para sacar el hielo, más antigua es la muestra. Y después solo es cuestión de analizar el aire atrapado en las burbujas del hielo viejo y ¡listo!, sabemos cómo era la atmósfera antes [3]. Sin embargo, es por esta razón que es tan peligroso perder nuestros polos: no solo se derrite el hielo, y su constante presencia en cuanto a corrientes frías de agua y aire, también se emiten gases atrapados a la atmósfera que aceleran el calentamiento [4] —esto, en otras palabras, es un ciclo de retroalimentación positiva, aunque para el planeta tenga muy poco de positivo—. Además se pierde valiosa información de las condiciones atmosféricas del pasado —ya sé, ya sé qué deben estar pensando, pero no hay que ignorarlo tampoco—.


Verá, tres millones de años es una cantidad de tiempo enorme, sobre todo en perspectiva humana —hace apenas 12 000 años, más o menos, empezamos a ser sedentarios como especie [5]; hace tres millones de años éramos otra especie—. Para entender lo anterior le propongo que lo visualice así: si ponemos a escala los tres millones de años, en un solo año, —es decir, que en un solo año transcurrieran tres millones de años de eventos de la historia de este planeta—: recién en navidad nos reconoceríamos como humanos —lo que se ha llamado humanos anatómicamente modernos—. Apenas para el 30 de diciembre estaríamos asentados. El 31 empezamos a cultivar y a escribir en horas de la mañana. Construiríamos las pirámides antes del mediodía y para la hora que los europeos lleguen a saquear América, ya estaría oscuro. La Revolución Industrial empezaría luego de las once de la noche del último día del año —en menos de una hora hemos logrado hacer de las nuestras—.



Incluso desde la limitada perspectiva temporal que tenemos, es evidente que el aumento en concentración de CO2 atmosférico se disparó desde la Revolución Industrial— o “desde cuando los humanos empezamos a emitir gases a la atmósfera en cantidades nunca antes vistas, producto de la combustión, de quemar cosas”— [6]. Pero bueno, y si los niveles de CO2 no han estado tan altos en todo ese tiempo, ¿qué? Pasa que los gases atmosféricos tienen muchos efectos sobre las dinámicas del planeta. Uno de los más importantes es que son determinantes en la temperatura de la Tierra [7]. Figúrese que hace tres millones de años el mundo era un lugar muy diferente al que estamos acostumbrados. La última vez que el CO2 alcanzó 415 ppm, por ejemplo, se nos descongeló la nevera, mucha del agua almacenada en forma de hielo, en polos y glaciares, se derritió y el nivel del mar llegó a ser 25 metros más alto—[8]. ¿Cómo se traduce esto para los planes de vacaciones? Que figuró empacar snorkel y careta para visitar Venecia, Ámsterdam, Los Ángeles, Manhattan, Shanghái, Taipéi —y aquí más cerquita—, Cartagena, Tumaco, Santa Marta, y la lista sigue que sigue [9]. Imagínese semejante desplazamiento humano si las áreas costeras se hacen inhabitables.


La razón detrás del aumento de emisiones en los siglos más recientes —o la última media hora, en nuestro paralelo— son las incontables aplicaciones que encontramos para la energía que sacamos de los combustibles fósiles: primero locomotoras, luego carros y aviones, plantas eléctricas, industrias, una mano de cosas muy útiles. Estas aplicaciones generaron también riqueza extraordinaria —para la humanidad en general, pero sobre todo para los dueños de la infraestructura—. Parece obvio, entonces, ver el sinnúmero de intereses económicos, que vemos hoy, apostados a la extracción, producción y consumo de combustibles. Cada vez que, como sociedad, intentamos tomar medidas serias en cuanto al control de emisiones, los beneficiados económicamente de esta cadena jalan —briosos— para el otro lado.


A mediados de mayo, se publicó un documento interno de la Exxon, datado de 1982 [10] (¡hace más de 35 años!), en el cual modelaban las emisiones de carbono a futuro. Pues bien, sus predicciones fueron correctas, calcularon que para el 2020, el CO2 habría llegado a concentraciones de entre 400-420 ppm… Justo en el blanco. Más impactante aún, reconocían los posibles efectos sobre la temperatura del planeta y sus habitantes. Entre las páginas del reporte se incluyen citas como “considerable falta de certeza rodea el posible impacto en la sociedad si la tendencia de calentamiento ocurriese” o “en la parte superior del espectro, algunos científicos sugieren un impacto adverso considerable, incluyendo inundaciones de masas terrestres costeras, resultado del alza del nivel del mar por el derretimiento de la capa de hielo antártica”. Lo más alarmante de este documento, revelado por una investigación InsideClimate News [11], es que incluso teniendo esta información la compañía no tomó medidas para modificar su modelo de negocios y por el contrario invirtió enormes sumas de dinero en campañas de desinformación para la negación del cambio climático.


La vuelta es que no es un incidente aislado, en lo absoluto. Un artículo (el primero de su tipo) publicado este mes en Nature Climate Change cuantificó los costos sociales del lobbying de empresas respecto al cambio climático. Un caso ejemplar es como el sector privado invirtió cerca de 700 millones de dólares en campañas en contra de la Resolución de Energía Limpia y Seguridad en América. Esta inversión representó una reducción del 13 % en las posibilidades de que la resolución fuera adoptada, lo que calcularon que correspondía a cerca de 60 billones (¡casi 10 veces lo invertido en influencia política!) de daños proyectados a causa del cambio climático [12]. Y este es solo uno de los múltiples proyectos de regulación de emisiones a los cuales el sector privado se ha opuesto. Es insostenible, como sociedad, continuar emitiendo gases que favorezcan el efecto invernadero sin ningún tipo de regulación y, aparentemente, según revelan investigaciones como la anterior, tampoco podemos esperar que el sector privado se autorregule.


Usted pensará: “agh, y yo ¿leí toda esta vaina solo para que me dieran malas noticias?” Pues sí, un poco, me disculparán estar levemente agitado por el jodido fin de los tiempos. Pero con todo esto, por lo menos hay quienes se están poniendo el overol; el mes pasado el Reino Unido e Irlanda fueron los dos primeros países del mundo que declararon una emergencia climática [13]. Y más allá de las implicaciones específicas que tenga la declaración de estado de emergencia, es evidencia de un cambio en la manera de afrontar la situación actual y aceptar que hay que tomar medidas, inmediatamente, para reducir los efectos que, como especie, tenemos sobre nuestro planeta. Un panel de prominentes científicos propone dejar de referirnos a la era geológica actual como Holoceno y llamarla Antropoceno, como referencia a nuestro impacto sobre el entorno [14]. El impacto de los seres humanos ha sido una embarrada. El menor de nuestros problemas va a ser conseguir la careta para bucear en Nueva York, cuando millones y millones de personas desplazadas por los cambios en el clima estén buscando dónde comer, dónde sembrar, dónde dormir. Cada vez se nos hace más tarde para tomar las decisiones que hacen falta tomar, y figurines como Trump parecen eclipsar los avances del Reino Unido o Irlanda. No tenemos una fecha en la que podamos decir “después del día D, apocalipsis”, pero sobra la evidencia para mostrar cómo nuestras acciones están afectando el panorama del futuro. ¿Qué significa demasiado tarde? Además de la supervivencia de la humanidad, ¿cómo va a ser el mundo que habitemos?, ¿quién carajos está tomando estas decisiones?



*Sobre el autor: Ignacio es biólogo apasionado por la escritura creativa y el periodismo, y cada vez más triste con la calidad del aire que respiramos.

Referencias


[1] C. D. Keeling, S. C. Piper, R. B. Bacastow, M. Wahlen, T. P. Whorf, M. Heimann, and H. A. Meijer Exchanges of atmospheric CO2 and 13CO2 with the terrestrial biosphere and oceans from 1978 to 2000. I. Global aspects, SIO Reference Series, No. 01-06, Scripps Institution of Oceanography, San Diego, 88 pages, 2001.


[2] Foster, G. L., Royer, D. L., & Lunt, D. J. (2017). Future climate forcing potentially without precedent in the last 420 million years. Nature Communications, 8, 14845. Retrieved from


[3] Jouzel, J. (2013). "A brief history of ice core science over the last 50 yr". Climate of the Past. 9 (6): 2525–2547. doi:10.5194/cp-9-2525-2013


[4] Lamarche-Gagnon, G., Wadham, J. L., Sherwood Lollar, B., Arndt, S., Fietzek, P., Beaton, A. D., … Stibal, M. (2019). Greenland melt drives continuous export of methane from the ice-sheet bed. Nature, 565(7737), 73–77. https://doi.org/10.1038/s41586-018-0800-0


[5] Grosman, L., Munro, N., & Belfer-Cohen, A. (2008). A 12,000-year-old Shaman Burial from the Southern Levant (Israel). In Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America (Vol. 105). https://doi.org/10.1073/pnas.0806030105


[6] MacFarling Meure, C., D. Etheridge, C. Trudinger, P. Steele, R. Langenfelds, T. van Ommen, A. Smith, and J. Elkins. 2006. The Law Dome CO2, CH4 and N2O Ice Core Records Extended to 2000 years BP. Geophysical Research Letters, Vol. 33, No. 14, L14810 10.1029/2006GL026152.



[8] Miller, K. G., Wright, J. D., Browning, J. V, Kulpecz, A., Kominz, M., Naish, T. R., … Sosdian, S. (2012). High tide of the warm Pliocene: Implications of global sea level for Antarctic deglaciation. Geology, 40(5), 407–410. https://doi.org/10.1130/G32869.1


[9] Levermann, Anders; Clark, Peter U.; Marzeion, Ben; Glenn A. Milne; David Pollard; Valentina Radić; Alexander Robinson (2013). "The multimillennial sea-level commitment of global warming". PNAS. 110 (34): 13745–50. Bibcode:2013PNAS..11013745L. doi:10.1073/pnas.1219414110. PMC 3752235. PMID 23858443.

https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC3752235/




[12] Kyle C. Meng, Ashwin Rode. The social cost of lobbying over climate policy. Nature Climate Change, 2019; 9 (6): 472 DOI: 10.1038/s41558-019-0489-6



[14] https://www.nature.com/articles/d41586-019-01641-5 doi: 10.1038/d41586-019-01641-5

1 comentário


alvarozerdas
30 de jan. de 2024

Buen artículo. Directo y al punto. El capitalismo es un sistema civilizatorio de muerte. Y no serán pañitos de agua tibia los que salvarán a la humanidad del desastre final. Claro, los super ricos ya están buscando su salida (en otros mundos).

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